jueves, febrero 28, 2013

rainer maría rilke. segunda elegía




La segunda elegía

Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
escalones, tronos, espacios del ser, escudos
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
rostros, la propia belleza que han irradiado.

Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
nos desvanecemos en él y en torno suyo.
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
de nosotros lo que es nuestro, como el calor
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).

Los amantes podrían, si lo comprendieran,
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
de largo sobre todas las cosas como un cambio
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.

Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
y se unen —bebida con bebida—: ¡oh, de qué manera
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!

¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
de la prudencia de los gestos humanos? El amor
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
de seres hechos de otra materia que nosotros?
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
tocarnos así; que los dioses nos aprieten
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
de cuerpos divinos, en los que se contenga más.

Rainer Maria Rilke, Praga, 1875 – Suiza, 1926

De Las Elegías de Duino, 1922

Versión de José Joaquín Blanco

imagen de Simon Strong© – Touch the Sky, en Uno de los nuestros

miércoles, febrero 27, 2013

rainer maría rilke. la primera elegía




La primera elegía

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo
más íntimo.

Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada? (¿Dónde intentas
alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?).
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.

Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.

Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.

Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?

Rainer Maria Rilke, Praga, 1875 – Suiza, 1926
De Las Elegías de Duino, 1922
Versión de José Joaquín Blanco
imagen de Adam Caldwell© – Last Judgement, en Uno de los nuestros

martes, febrero 26, 2013

dylan thomas. en un aniversario de bodas



En un aniversario de bodas

El cielo se desgarra
en este harapiento aniversario de dos
que anduvieron tres años en armonía
por el largo camino de sus votos.

Ahora su amor miente una pérdida
y Amor y sus pacientes gimen en cadenas;
desde cada nube que trae consigo
armonía o un cráter, Muerte golpea su hogar.

Demasiado tarde, bajo la lluvia incorrecta,
se reúnen aquellos cuyo amor separó:
las ventanas se desbordan en su corazón
y las puertas se consumen en sus cabezas.

Dylan Thomas, Swansea, 1914, Greenwich Village, 1953
de New Poems, en The Poets of the Year, New Directions, Norfolk, 1943
Versión © Silvia Camerotto
imagen de El cadáver de la novia, en Mal de ojo


On a Wedding Anniversary

The sky is torn across
This ragged anniversary of two
Who moved for three years in tune
Down the long walks of their vows.

Now their love lies a loss
And Love and his patients roar on a chain;
From every tune or crater
Carrying cloud, Death strikes their house.

Too late in the wrong rain
They come together whom their love parted:
The windows pour into their heart
And the doors burn in their brain.

lunes, febrero 25, 2013

liliana garcía del carril. algas marinas arrancadas


Algas marinas arrancadas

algas marinas arrancadas de sus costas
por ciclones de verano
se arrastran hasta una zona calma.

me arrastro hasta encontrar una zona calma,
no hay que alarmarse; se llega
en algún momento de la conversación
y se cambia de tema, se habla
del brillo de las algas en el agua.

De La paciencia, bajo la luna, 2009

Plano infinito

hay una foto
perdida para siempre:

la mano en la cintura
el torso ladeado, la cadera

dura el desafío en la mirada
y de ella dura la hija
como una fotografía

no es el ocre del papel
es cómo se va siendo
menos joven y más insomne

tan diferentes las dos
toda la vida y después
idénticas van a durar
toda la muerte

(no me mires ahora
saldría con cara de mirar
fotos perdidas)

De La mujer de al lado, bajo la luna, 2004

Liliana García del Carril, Buenos Aires, 1951
imagen de Diego Fernandez© – Shy, en Uno de los nuestros


domingo, febrero 24, 2013

billy collins. adagio




Adagio

Cuando es tarde a la noche y las ramas
golpean contra las ventanas,
pensarás que el amor solo es cuestión

de salir de tu propia Guatemala
y meterte en una peor,
pero es algo más complicado que eso.

Se parece más a cambiar dos pájaros
quizás escondidos en aquel arbusto
por ése que no tienes en la mano.

Un hombre sabio dijo una vez que el amor
era como obligar a un caballo a beber,
pero entonces dejaron de considerarlo sabio.

Seamos claros al respecto.
El amor no es tan simple como levantarse
del lado equivocado de la cama con traje de emperador.

No. Se parece más a la forma en que se siente
la pluma cuando vence a la espada.
Es un poco como el centavo ahorrado o los puntos que se escapan.

Me miras a través del halo de la última vela
y dices que el amor es un viento maligno
y sin retorno, un camino que no lleva a buen puerto,

pero estoy aquí para recordarte,
mientras nuestras sombras tiemblan en las paredes,
que el amor es un madrugador que es mejor tarde que nunca.

***

Amor

El chico en el otro extremo del vagón
no dejaba de mirar hacia atrás
como si tuviera miedo o esperara a alguien

y entonces, ella asomó por la puerta de vidrio
del vagón delantero y él se levantó
y abrió la puerta y la hizo pasar

y ella entró al vagón llevando
un gran maletín negro
con la forma inconfundible de un violonchelo.

Parecía un ángel con la frente alta
y los ojos oscuros y su cabello
atado detrás del cuello con un lazo negro.

Y por todo aquello,
él parecía un poco incómodo
por su felicidad al verla,

mientras ella estaba simplemente allí,
perfectamente viva como un ser
con una cara dulce que toca el violonchelo.

Y la razón por la que escribo esto
en la parte posterior de un sobre de manila
ahora que salieron del tren juntos

es para contarles que cuando ella se dio la vuelta
para poner el grande y delicado violonchelo
arriba en el portaequipajes,

lo vi a él mirándola
y a lo que ella hacía
con los ojos con que pintan a los santos

cuando miran a Dios
cuando él está haciendo algo extraordinario,
algo que lo identifica con Dios.


Billy Collins, New York, 1941
Versión ©Silvia Camerotto
imagen de Steven Meisel, Sunniva Stordahl, en  willyegang


Adage

When it's late at night and branches
Are banging against the windows,
you might think that love is just a matter

of leaping out of the frying pan of yourself
into the fire of someone else,
but it's a little more complicated than that.

It's more like trading the two birds
who might be hiding in that bush
for the one you are not holding in your hand.

A wise man once said that love
was like forcing a horse to drink
but then everyone stopped thinking of him as wise.

Let us be clear about something.
Love is not as simple as getting up
on the wrong side of the bed wearing the emperor's clothes.

No, it's more like the way the pen
feels after it has defeated the sword.
It's a little like the penny saved or the nine dropped
stitches.

You look at me through the halo of the last candle
and tell me love is an ill wind
that has no turning, a road that blows no good,

but I am here to remind you,
as our shadows tremble on the walls,
that love is the early bird who is better late than never.

***

Love

The boy at the far end of the train car
kept looking behind him
as if he were afraid or expecting someone

and then she appeared in the glass door
of the forward car and he rose
and opened the door and let her in

and she entered the car carrying
a large black case
in the unmistakable shape of a cello.

She looked like an angel with a high forehead
and somber eyes and her hair
was tied up behind her neck with a black bow.

And because of all that,
he seemed a little awkward
in his happiness to see her,

whereas she was simply there,
perfectly existing as a creature
with a soft face who played the cello.

And the reason I am writing this
on the back of a manila envelope
now that they have left the train together

is to tell you that when she turned
to lift the large, delicate cello
onto the overhead rack,

I saw him looking up at her
and what she was doing
the way the eyes of saints are painted

when they are looking up at God
when he is doing something remarkable,
something that identifies him as God.


sábado, febrero 23, 2013

ingeborg bachmann. el tiempo postergado




El tiempo postergado

Vienen días más duros. 
El tiempo postergado hasta nuevo aviso 
asoma por el horizonte. 
Pronto tendrás que atarte los zapatos 
y correr los perros de vuelta a las granjas marismeñas. 
Pues las vísceras de los peces 
se han enfriado al viento. 
Arde pobre la luz de los altramuces. 
Tu mirada rastrea la niebla: 
el tiempo postergado hasta nuevo aviso 
asoma por el horizonte. 

Allí se te hunde la amada en la arena, 
sube por su cabello ondeante, 
le quita la palabra, 
le ordena callarse, 
le parece mortal 
y dispuesta a la despedida 
tras cada abrazo. 

No mires hacia atrás. 
Átate los zapatos. 
Corre los perros de vuelta. 
Tira los peces al mar. 
¡Apaga los altramuces! 

Vienen días más duros.

***

Todos los días

Ya no se declara la guerra, 
se prosigue. Lo inconcebible 
se ha hecho cotidiano. El héroe 
permanece alejado de los combatientes. El débil 
ha avanzado hasta las zonas de fuego. 
El uniforme de diario es la paciencia, 
la condecoración, la mísera estrella 
de la esperanza sobre el corazón. 

Se concede
cuando ya no pasa nada,
cuando el fuego nutrido ha enmudecido,
cuando el enemigo se ha hecho invisible,
y la sombra del armamento eterno
oscurece el cielo.

Se concede 
por abandonar las banderas, 
por el valor ante el amigo, 
por revelar secretos indignos 
y desacatar 
toda orden. 

Ingeborg Bachmann, Klagenfurt, 1926- Roma, 1973
De El tiempo postergado, Ediciones Cátedra S. A., 1991
Versión de Arturo Parada
imagen de Fredrik Ödman© – Oslo Proyect Serie, en Uno de los nuestros

viernes, febrero 22, 2013

pier paolo pasolini. al príncipe




Al príncipe

Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida...
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.

Pier Paolo Pasolini, Bologna, 1922, Ostia, 1975
De La religión de mi tiempo, 1961
Versión de Delfina Muschietti
imagen de Paul Klee, en Wikipaintings



Al Princípe

Se torna il sole, se discende la sera,
se la notte ha un sapore di notti future,
se un pomeriggio di pioggia sembra tornare
da tempi troppo amati e mai avuti del tutto,
io non sono più felice, né di goderne né di soffrirne:
non sento più, davanti a me, tutta la vita...
Per essere poeti bisogna avere molto tempo:
ore e ore di solitudine sono il solo modo
perché si formi qualcosa, che è forza, abbandono,
vizio, libertà, per dare stile al caos.
Io tempo ormai ne ho poco: per colpa della morte
che viene avanti, al tramonto della gioventù.
Ma per colpa anche di questo nostro mondo umano,
che ai poveri toglie il pane, ai poeti la pace.

jueves, febrero 21, 2013

héctor viel temperley. a mi cuerpo




A mi cuerpo

Señor, mira mi cuerpo.
Mira mi cuerpo antes que yo lo llame
y él me llame, gritándonos
de lejos.
Mira mi cuerpo, este animal antiguo
como el río más antiguo
y joven, todavía, como el agua
cuando aprendía a nadar,
sola entre cerros.

Señor, mira mi cuerpo.
Mira mi cuerpo, torre de mi infancia,
mira mi cuerpo, cueva a la que vuelvo
siempre 
a sentarme solo
ante tu fuego.

Señor, mira mi cuerpo
como yo lo veo.
Oh cazador del agua en los veranos,
oh cazador, de mi alma
prisionero.
Oh cazador sediento de su casa,
más antigua que mi alma,
más joven que su miedo.

Lo amamantaron entre pajonales
donde ya te perdía 
el viento, con tristeza.
Lo amamantaron entre pajonales,
oh cuerpo mío, antiguo cuerpo mío,
cueva para el amor,
torre para la guerra.

Señor, mira mi cuerpo. Es inocente.
Oh cueva de tu fuego,
oh torre joven.
Por los largos veranos que aún le esperan,
por estar junto a mí,
que me perdone.


Héctor Viel Temperley, Buenos Aires, 1933-1987
de El Nadador, 1967
en Héctor Viel Temperley, Poesía completa, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006
imagen de Tommy Ingberg© – Hollow, en Uno de los nuestros

martes, febrero 19, 2013

mario trejo. labios libres



Labios libres

Al cabo de las tierras y los días
de horarios y partidas y llegadas
y aeropuertos comidos por la niebla
enfermo de países y kilómetros
y rápidos hoteles compartidos

Luego de esperas
prisas
y rostros y paisajes diferentes
y seres encandilados por el olvido
o abiertamente besados por la vida

Después de aquella amada
y esa otra apenas entrevista
mujeres cogidas por mi soledad
y ahogadas por las bellas catástrofes

Luego de la violencia y el deseo
de comenzarlo todo nuevamente
y los errores
y los malentendidos cotidianos
y los hábitos torrenciales del trópico
y noches acariciadas por el alcohol
y tabaco fumado con tanta incertidumbre

Al cabo de un nombre que no me atrevo a decir
y de alguien que yo llamaba Irene
de cierta voz
cierta manera de clavar los ojos
al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres
y en el corazón de ciudades y pueblos
que nunca sabrán de mí

Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme
y comprender que estoy solo
pero no estoy solo
al cabo de amores corroídos
y límites violados
y de la certidumbre de que toda la vida
no es más que los escombros
de otra que debió haber sido

Al cabo del hachazo irreparable del tiempo
sólo puedo blandir estas palabras
esta obstinación de años y distancias
que se llama poesía.

Mario Trejo, Buenos Aires/ La Plata, 1926-2012
imagen de Martin Stranka© – Someone Like You, en Uno de los nuestros


lunes, febrero 18, 2013

sylvia plath. dos hermanas de perséfone







Dos hermanas de Perséfone

Hay dos jóvenes: una sentada
dentro de la casa: la otra, fuera.
Un dueto de luz y de sombra
interpretado todo el día entre ellas.

En su lóbrega habitación revestida de madera,
la primera resuelve problemas
matemáticos con una máquina.
Los secos tictacs marcan el tiempo

mientras ella calcula cada suma.
A esa estéril empresa se consagran
sus entornados, sagaces ojos de rata,
su enjuto, pálido rostro de raíz.

Bronceada como la tierra, la segunda está
tumbada, oyendo los tictacs dorados
como el polen en el aire resplandeciente.
Adormilada junto a un lecho de amapolas,

observa cómo sus rojas llamas sedosas,
de sangre en forma de pétalos, 
arden abiertas a la espalda del sol.
Sobre ese verde altar, transformada

Libremente en la novia del sol, ésta última
crece aprisa junto con las semillas.
Arrellanada en la hierba, se siente orgullosa
de estar engendrando a un rey. Ácida

y amarillenta como un limón,
la otra, virgen retorcida hasta el final,
va abocada a la tumba con su carne fea y estragada,
desposada ya con los gusanos, aunque no es una mujer.


Sylvia Plath, Boston, Massachusetts, 1932, Londres, 1963
en Sylvia Plath, Poesía Completa, Edición de Ted Hughes, Traducción y notas de Xoán Abeleira, Bartebly Editores, Madrid, 2009 
imagen de Daria Endresen© – “Frida und die Schmetterlinge”, en Uno de los nuestros

 Sisters of Persephone

Two girls there are : within the house
One sits; the other, without.
Daylong a duet of shade and light
Plays between these.

In her dark wainscoted room
The first works problems on
A mathematical machine.
Dry ticks mark time

As she calculates each sum.
At this barren enterprise
Rat-shrewd go her squint eyes,
Root-pale her meager frame.

Bronzed as earth, the second lies,
Hearing ticks blown gold
Like pollen on bright air. Lulled
Near a bed of poppies,

She sees how their red silk flare
Of petaled blood
Burns open to the sun's blade.
On that green alter

Freely become sun's bride, the latter
Grows quick with seed.
Grass-couched in her labor's pride,
She bears a king. Turned bitter

And sallow as any lemon,
The other, wry virgin to the last,
Goes graveward with flesh laid waste,
Worm-husbanded, yet no woman.

domingo, febrero 17, 2013

john ashbery. explícame




Explícame

Los días de lluvia son mejores,
Hay algo de permanencia en el ángulo
Que las cosas dibujan con el suelo;
En no irse después de las disculpas
            El velocímetro en el ocaso.

Incluso mientras hablaban el sol empezaba a desaparecer tras una nube.
Bien, entonces es mejor tener contornos vagos
Pero ceñidos, fuertemente, alrededor de nuestro humor
Parecido a la felicidad vengativa. Y con la madera
            También es lo mismo. 

Creo que me gustabas más cuando apenas te conocía.
Pero los amantes son como ermitaños o gatos: Ellos
No saben cuando aparecer, cuando dejar
De cortar ramitas para la cena.
            Te esperé en la pequeña estación

Y lo seguiré haciendo con el interés
Que pongo en tus planes y el futuro
De las estrellas me provoca sed
Solo para arrodillarme buscando
            Felicidad en el aserrín.

Junio y los niños apenas si mirarán hacia nosotros.
Y ser valiente entonces es entonces
Esta nube que nos imagina y todo lo que nuestra historia
Iba a ser alguna vez, y nos ponemos al día
Con nosotros, pero ellos son los yos de otros.

[…]
Y con eso toda la ciudad comienza a vivir
Como un lugar donde uno puede creer en moverse
Hacia un nombre en particular y estar allí, y luego
Es más acción retrocediendo actualizándose en la muerte.
            Podemos sobrevivir las tormentas, que nos cubren

Como sombreros de arcoíris, temerosos de desandar los pasos
Hacia el pasado que fue nuestro hasta hace poco,
Temerosos de encontrar allí una fiesta.
¿O algunas vez en tu vida fuiste objeto de burla
            De este modo, y eso se convirtió en tu mente?

Donde aun algún paseo por la orilla mezclado
Entre sombras ciruela y el sol cansado, resignados
A las instalaciones de la orilla opuesta, mezclamos
Saludos jadeantes y lágrimas y últimamente saboreamos
            Las queridas reservas.


John Ashbery, Rochester, 1927
De April Galleons, 1987
En Notes from the air, Selected later poems, Harper Collins, New York, 2007
Versión © Silvia Camerotto
imagen de Jack Vettriano© – Milan Tram Shoot, en Uno de los nuestros


Riddle me

Rainy days are best,
There is some permanence in the angle
That things make with the ground;
In not taking off after apologies
            The speedometer’s at sundown.

Even as they spoke the sun was beginning to disappear behind a cloud.
All right so it’s better to have vague outlines
But wrapped, tightly, around one’s mood
Of something like vengeful joy. And in the wood
            It’s all the same too.

I think I liked you better when I seldom knew you.
But lovers are like hermits or cats: They
Don’t  know when to come in, to stop
Breaking off twigs for dinner.
            In the little station I waited for you

And shall with all the interest
I bear toward plans of yours and the future
Of stars it makes me thirsty
Just to go down on my knees looking
            In the sawdust for joy.

June and the nippers will scarcely look our way.
And be bold then it’s then
This cloud imagines us and all that our story
Was ever going to be, and we catch up
            To ourselves, but they are the selves of others.

[…]

And with it all the city starts to live
As a place where one can believe in moving
To a particular name and be there, and then
It’s more action falling back refreshed into death.
            We can survive the storms, wearing us

Like rainbow hats, afraid to retrace steps
To the past that was only recently ours,
Afraid of finding a party there.
O in all your life were you ever teased
            Like this, and it became your mind?

Where still some saunter on the bank is mixed
Plum shade and weary sun, resigned
To the installations on the opposite bank, we mix
Breathless greetings and tears and lately taste
            The precious supplies.

viernes, febrero 15, 2013

jorge aulicino. miramar



Miramar

Lo que viste es lo único que podrías trasmitir
de aquella ascensión por las dunas en el vivero
de Miramar, de aquel olor de los pinos
y de la frescura de la tarde y de la arena:
lo que viste desde lo alto de la última duna,
esto es el mar de las cabezas de los pinos
y el mar verdadero, lejos, ligeramente agitado,
inquieto en una especie de inmovilidad.
Pero sólo lo que viste, y aun así, mal.

No podrías decir en modo alguno el golpe de aquello.
La sorpresa de aquello, el éxtasis sorpresivo,
pues, por otra parte, el paisaje era pobre, era
viento, arena, pinos, y un mar casi blanco,
y no de fulgor, sino de falta ya de luz ajena
en aquella hora de la tarde. De su propia, lechosa iluminación.

Has visto otros paisajes dispuestos a proveerte de mayor éxtasis
si hubiera escala del éxtasis; un camino por la Cordillera de la Costa
hacia pueblos al norte de Viña del Mar. Grandeza.
Los Pirineos, en el tren, grandeza de la mañana.
La Grotta Azzurra, artificio natural.
Los Andes, grandeza pura, del dios imponente y vivo, el dios
pre-testamentario.

Entre tus ropas de acampante llevabas La agonía del cristianismo *
y no sabías aun que podrías escribir: no cesa la Obra, no termina,
el éxtasis no ciega, sigue en las maderas carcomidas,
en la obra de ingeniería, en el galpón de cuando embarcaban lana,
en el muérdago y la lata, en las bardas, en la sangre incluso
que parece absurdamente derramada... Cese pues el ruido, la alabanza...

Y aun querrías decir que no fuiste vos, que no estabas en estado
de vigilia, o en el éxtasis ante la taza cotidiana; no eras,
sencillamente, nada. Pero es inútil intentarlo. Pues de esos grandes
agujeros, de esas experiencias no verbales, de la recepción
pura en el cerebro animal, no hay testimonio posible, no hay
nada que cante fuera de ellos; no hay posibilidad
de calar aun, con el pensamiento, en esos grandes, extáticos
momentos, todo adrenalina, todo rubor, todo corrientes precámbricas.

Si la sangre de Cristo se derrama para al fin cubrir de éxtasis
la vereda gastada, el huraño vidrio del bar, la tarde,
la planta seca, el coche del bebé a su lado, los ojos
de cualquiera que pasa,
la madera de tu puerta, el corredor, la noche al fin, la luz mortecina,
hay un momento -al menos, uno- en Miramar
o en el esmalte de una virgen
o donde quiera que sople el reino,
que dice no diciendo;
para develar del todo, para que cese el ruido, el rezo infame,
tu sombra, tu clamor por la piedad.
Porque sos justamente nada.
Un hueco.
Y todo -planta, vidrio, cantos, alabanzas, uva o café, muerte o taza-
se alza para llenarlo (y aun así trae sangre y canta).


* Unamuno

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
Inédito
Imagen de Paul Klee, Sinbad the sailor, en Friends of Art